En la torre de la iglesia
nos amamos por última vez
aquella primavera,
con la sangre enredada
entre campanas y sueños,
mientras tu sonrisa ausente y lejana
se perdía entre la magia del pueblo,
con su lluvia torpe de recuerdos.
Cada hora era como un grito
mordiendo con furia mis entrañas,
mientras la nostalgia buscaba sin rumbo
el hambriento balcón de la esperanza,
luz para alumbrar un mundo
que la ciudad pisoteaba sin notarlo,
dejándome huérfano de tu amor
por esa avenida fría de la ausencia,
que me sabe a llanto a cada paso
en este pueblo que me sube por la sangre,
mientras se va perdiendo sonámbulo
en tu olvido.
Veo como brilla la ciudad
entre la niebla,
es como un faro encendido, siempre alerta
para quemar tardes y promesas
en la hoguera ardiente de tus ojos,
en esta muerte oscura que nos trae
la prisa y el pan de cada día…….

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario